Román Morales

2 años surcando los grandes ríos sudamericanos en kayak

Horario de la charla: sábado 10 de marzo, de 18:50 a 20:00 horas. Compra tu entrada pulsando aquí.

roman moralesRomán, durante tres años y medio (1988-1991) cruzó a pie toda Sudamérica, desde el Caribe de Colombia hasta el canal de Beagle (Tierra del Fuego) siguiendo la cordillera más larga del mundo: los Andes. Narró esta vivencia en el libro «Buscando el Sur».

Después viajó por distintas regiones del mundo, a veces a pie (todo el Atlas marroquí en cinco meses), a veces en bicicleta (Kurdistán turco, Malasia y Cuba), pero siempre alimentó el sueño de volver a cruzar Sudamérica por sus tierras bajas, por las planicies selváticas atravesadas por las tres grandes cuencas hidrográficas del continente: las cuencas del Plata, del Amazonas y del Orinoco, un milagro fluvial que otorga a Sudamérica la mayor concentración de ríos de todo el planeta. Y lo hizo. Y de esta aventura nos hablará en las jornadas IATI de los grandes viajes de Madrid.

Su charla versará sobre el cruce en solitario de toda esta malla de ríos en un kayak (10.500 km), uniendo las aguas que mueren en Buenos Aires con las del delta del Orinoco en el caribe venezolano, periplo en el que invirtió dos años remando (2005-2007) cual gondolero fluvial. Hizo este viaje sin patrocinio de ningún tipo, tan solo recursos económicos propios y un exiguo presupuesto: unos 150 euros o a lo sumo 200 euros al mes.

En estos dos años de travesía continental, vagaba a remo por los grandes ríos y dormía en solitario cuando no hallaba pobladores ribereños. Dormir en solitario, encajado en el monte de la ribera, no era muy tranquilizador debido a la bullente vida nocturna del bosque tropical por donde transitan el jaguar americano (una presencia constante en determinados ríos), boas sucurís, serpientes ponzoñosas, yacarés (el caimán común sudamericano, de hábitos nocturnos), nubes de mosquitos… A veces, cuando lo permitía la morfología de la ribera, dormía en tienda de campaña. Otras, en tiempos de crecidas, con el bosque inundado que hacía desaparecer la tierra firme, había que ingeniárselas para suspender la hamaca entre los árboles -con su tela mosquitera adaptada- sobre las aguas inquietantes, agitadas de chapoteos que disparaban su aprensión.

 

 

Sin embargo, cuando encontraba aldeas, ranchos de caboclos (mestizos que llegaron en los tiempos del caucho), palafiitos indígenas o campamentos «garimpeiros» (buscadores de oro), siempre gozó de la hospitalidad de los lugareños. Los países que atravesé en mi ruta fluvial son Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia, Colombia y Venezuela. Sobre todo Brasil, que posee toda la cuenca superior del Plata (la región del Mato Grosso) y la inmensa mayoría de la cuenca Amazónica. Se alimentó de pasta de frijol, la «fariña» de mandioca, la «carne de sol» en Brasil (carne seca en salazón), arroz, frutas de palmas diversas… y también compartió lo que le ofrecían los cazadores y pescadores: carne de tapir, de capivara, de caimán, alguna vez de mono, de pavas de monte y, sobre todo, mucho pescado (piraña, tambaquí, surubí, pirarucú, pacú, tucunaré…).

En viajes anteriores contrajo una enfermedad que le dejó como secuela las manos sin sensibilidad, lo que le obligaba a vigilar las pequeñas heridas de las manos que le podrían generar infecciones imparables. Por suerte, en este viaje «solo» enfermó de dengue. Sus encuentros con los aislados pobladores ribereños fueron, en la mayoría de los casos, positivos e indispensables, gente sencilla que, en medio de una naturaleza plenaria, le cobijaban y animaban. Aunque alguna vez surgieron problemas: en San Felipe del Guainía (amazonia colombiana) tuvo un tenso encuentro con las F.A.R.C., la guerrilla colombiana que controlaba la región. También en el bajo Orinoco (Ciudad Bolívar) -apenas quedaban varias semanas para concluir la travesía continental- fue acusado de «espía del imperio», un disparate de la autoridad portuaria chavista, espinoso asunto que lo mantuvo varado un mes entero tratando de desmentir el bulo, asunto que se ventiló en la prensa venezolana y que, finalmente, se resolvió gracias a la intervención consular de España en Caracas. Este periplo por el continente americano está relatado en su segundo libro, «Caminos de Agua». Román concibe los grandes viajes como oportunidades únicas de generar en su vida largos intervalos en los que errar sin prisa por regiones donde la naturaleza es soberana.

Siempre ha rechazado la tecnología en sus recorridos (nada de GPS ni de móviles, apenas un buen rollo de mapas y alguna brújula): le gusta estar perdido, desconectado de las nerviosas pulsiones del siglo XXI. De alguna manera es un intento de reivindicar el derecho a no estar informado, máxime cuando las noticias del mundo nos llegan a diario de manera tumultuosa, con una densidad que intoxica permanentemente nuestros espíritus. Afirma que el mundo no es tanto como nos lo cuentan, sino como lo vivimos.

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