Todo parece imposible hasta que se hace. Bego y Hugo son una pareja normalita de Donosti que un buen día decidió coger las bicis y pedalear hacia el este. Querían ir a esos lugares donde los autobuses o trenes no llegan o no paran, sin prisas, a su propio ritmo, disfrutando del contacto con la gente y con la naturaleza. Ni más ni menos. Recorrieron 70.000 km por cuatro continentes durante cinco años y volvieron a casa con las alforjas repletas de…, en fin, todo eso que se supone que uno tiene que extraer de estos viajes.
Ambos nacieron, crecieron y estudiaron en Donosti y, al acabar la carrera de economista (él) y de ingeniera (ella), se fueron a vivir y trabajar en diferentes países del mundo hasta que sus caminos se cruzaron en Donosti hace 20 años y ya no se separaron. Su pasión por los viajes seguro que tuvo algo que ver.
Siguieron años de malabares para exprimir sus siempre insuficientes vacaciones, hasta que un año, incapaces de elegir un país de África subsahariana, cogieron una excedencia de un año largo para visitarlos todos, o casi. La dificultad de moverse en transporte público sembró la semilla del viaje en bici.
A la vuelta se fueron a trabajar a Sudamérica y en unas vacaciones paseando por una ciudad europea, se vieron frente a una tienda de bicis de viaje equipadas con alforjas y un mapa de la ruta de la seda. Se miraron, aquella semilla germinó, y ya no hubo vuelta atrás.
Con el dictado de las estaciones en mente, cruzaron Europa lentamente para que el frío no les pillara en el norte. No salió del todo bien, pues pasaron un frío de bigote en Rumanía, y en Turquía sufrieron varias nevadas. Por suerte, Chipre fue algo más benigno. Un primaveral Irán les recibió con los brazos abiertos y Asia Central los dejó sin respiración con su agreste belleza y la dureza de los Pamires. A estos siguieron los imponentes Himalayas del subcontinente indio, donde pasaron más de medio año entre la espiritualidad y el caos.
Los sonrientes birmanos les dieron la energía suficiente para atravesar la meseta tibetana y todo China de sur a norte hasta Mongolia. Desgraciadamente, la tiranía de los visados les impidió entrar en Rusia, así que vuelta a China para embarcarse a Corea y Japón. El frío que pasaron en este último les empujó al calor de Filipinas y sudeste asiático durante un año largo, y el simpático acoso («Hello mister!») de Indonesia y Timor Oriental los llevó a buscar la soledad del outback australiano. Volaron a Canadá, sufrieron y disfrutaron por igual en la Gran Divisoria hasta cruzar a México y recorrerlo por la Sierra Madre sin ver una sola vez el mar. La acogedora Centroamérica puso el broche final a un viaje inolvidable.
Los viajes de Bego siempre fueron a las montañas, de los Pirineos, los Alpes o los Andes, hasta que antes de los treinta, cuando ahorró lo suficiente para la entrada de un piso, decidió gastárselo en una vuelta al mundo en solitario, de trek en trek. Siempre ha estado pegada a una bici, su medio de transporte preferido. Ingeniera industrial hasta que a la vuelta del viaje en bici, se reconvirtió en guía de turismo en su ciudad.
Las novelas y cómics de lugares exóticos leídos con ardor infantil despertaron el gusanillo viajero de Hugo. Varios interrails por Europa y un viaje de varios meses por Asia le dieron de comer. Pero fue una beca de comercio exterior en Hong Kong, ciudad en la que residió cinco años, la que hizo que el gusanillo tomara las riendas. A Hong Kong le siguieron cuatro años en Panamá, año y medio en Nueva York, un año en Sao Paulo y muchos viajes por los cinco continentes. Ya no había nada que hacer…