La idea de este viaje nació de Aitor casi como necesidad después de la muerte de su madre, ocurrida menos de 2 años después de la muerte de su hermano. Ya lo había dejado todo por el cáncer de su hermano 3 años y medio atrás y ahora se encontraba en un momento en el que no sabía qué hacer con su vida.
Por su parte, Rosa se había matriculado en la universidad y estaba viviendo una vida muy activa y exigente con muy poco tiempo de respiro al día. Ante la propuesta de Aitor, aceptó dejarlo todo durante un año para irse de viaje hasta Mongolia en furgoneta y con su perra.
Fue un viaje de muchos encuentros y anécdotas. Un viaje guiado por decenas de personas que iban encontrando. Desde un par de pintores que conocieron en Urfa y con los que quedaban cada día mientras estuvieron en esa ciudad, gente que los acogió una noche o varios días en su casa (desde Italia hasta Rusia), un iraní, una kazaja, una pareja rumana o un ruso que conocieron lejos de sus casas y luego los acogieron en ella durante días. Vivieron un ritual con un chamán en la isla de Olkhon en el lago Baikal, participaron en ceremonias budistas en Mongolia… También llegaron a compartir semanas con otros viajeros con quienes recorrieron diferentes tramos de ruta por varios países.
La furgo también fue fuente de anécdotas: quedaron atrapados en barro y arena, rompieron la ballesta dos veces (en una de ellas tardaron casi 24 horas en llegar a un taller, gruista borracho incluido…), perforaron el radiador en Tabriz y no pudieron cambiarlo hasta Almaty, se ahogó el motor cruzando el desierto del Gobi (en casi un día solo pasó una moto de una pareja de pastores de camellos)…
Salieron de Cataluña y recorrieron Europa hacia el este, bastante deprisa. Hasta que en Rumanía echaron el freno, se dieron cuenta de que no podían ir tan rápido -aunque su idea fuera llegar al sur de Irán para pasar el invierno ahí- y menos en un país tan bello. Bulgaria también les enamoró con un otoño suave y tantas posibilidades de trekking.
Llegaron a Turquía y les encantó su variedad en historia, geografía, gentes, culturas y costumbres. Les invitaron a muchos tés, conocieron expatriados españoles que les trataron de maravilla, vieron ruinas y naturaleza que no habían visto nunca…
En Irán pasaron dos meses. La grandeza de los paisajes, el contraste entre sus extremos sur y norte, y las ciudades como Isfahan, Shiraz o Mashhad les robó el corazón. Pero sobre todo lo hizo la gente y la cultura persa, la más acogedora y abierta que se han cruzado. Allí conocieron a otros viajeros en furgoneta y los reencontraron en Kirguistán y Mongolia. Con alguno incluso compartieron varios tramos de viaje.
Disfrutaron de las diferencias entre los países de Asia Central y llegaron a Rusia. De allí destacan la belleza del lago Baïkal y la humanidad de las personas con las que se cruzaron, que les prestaron ayuda en varias ocasiones. Prácticamente todo el tiempo en el país los acompañó un joven moscovita que hacía su primer viaje: de Moscú al lago Baïkal en autostop.
Por fin llegaron a Mongolia. Les pasó de todo con la furgo: quedaron atrapados en arena varias veces, la gasolina mala les estropeó los filtros (uno duró sólo 900 km antes de ahogarse el motor en medio del Gobi; en 8 horas solo habíamos visto 4 yurtas…), en el Gobi cada día tenían que dedicar una hora a quitar el polvo que había entrado en la furgoneta… Y también Aitor se rompió el menisco (del que tuvo que ser operado en Moscú). Pero también gozaron de las estepas verdes, los cielos y lagos super azules, la mirada y el tempo mongol, los ratos en silencio o entre risas con pastores de cabras y caballos…
Tocaba regresar. Atravesaron Rusia cruzando el Altay y Siberia hasta llegar Moscú, hasta entrar a Europa por Letonia. Cruzaron Europa aprovechando para visitar viajeros que habían conocido en el viaje.
En el viaje en ciertos momentos les costó convivir en pareja, tuvieron unas experiencias brutales y muy bonitas con todo tipo de personas y lugares, y aprendieron mucho. La vuelta fue complicada para Aitor, que no tenía ganas de volver. Rosa, en cambio, sí, porque tenía su proyecto de carrera de fisioterapia esperándole. Desde entonces han tenido un hijo a quien han llamado Aral y han pactado volver a viajar en furgoneta, esta vez una 4×4 sin electrónica y sin fecha de regreso.