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En bici de Hong Kong ¿a Ortuella?

Asier Arroita voló a Hong-Kong con la idea de volver pedaleando hasta su casa en Ortuella. La pandemia del covid frustró su viaje a los 7 meses.
asier-arroita
17 de mayo de 2023
a las 19:45 h.
Duración: 45 minutos
Evento presencial
en Bilbao
Asier Arroita
|  En bici de Hong Kong ¿a Ortuella?

Durante muchos años soñó con ser una de esas personas que hace por lo menos un gran viaje en la vida. Tenía el miedo de que un día, al mirar atrás se arrepintiese de no haberlo intentado. Pero por miedo, sobre todo, y por falta de posibilidades (para justificarse y ponerse una excusa a sí mismo) ese momento nunca llegaba…

Después de muchas discusiones consigo mismo y de despojarse de sus mayores miedos y con más dudas que ganas (y ganas tenía muchísimas) decidió dar uno el paso: dejar su trabajo, su familia, sus amigos y sus rutinas, e irse lo más lejos posible. Lo hizo con la premisa de volver a casa viajando en su bicicleta, cogiendo solamente los medios de transportes indispensables para llegar al portal de su casa en Ortuella (Bizkaia).

Así, en septiembre de 2019 apareció en Hong-Kong. Allí empezó el viaje, con sus primeros nervios y primeras decepciones. Tantas, que todo lo que podía salir mal en un viaje le salió mal el primer día: se perdió por más de tres horas en una ciudad, tuvo un pequeño accidente con un coche, perdió el saco de dormir y la hamaca, pinchó la rueda, rompió el eje delantero, se adentró en un parque natural con demasiadas cuestas…

Acabó derrotado, llorando sentado en un bordillo, pensando que al día siguiente buscaría un vuelo para regresar a su casa, que no estaba preparado para el viaje, que había sido un imprudente al lanzarse… Pero después de pasar la noche en la habitación de un hotel, llorando y arreglando lo que pudo de su material, decidió cruzar a China (con lo que le había costado conseguir el visado, por lo menos lo usaría, y desde China sería más sencillo conseguir un billete de vuelta).

Al cruzar a China, algo dentro de él cambió y empezó a plantear el viaje de otra manera. Más pausada, con metas a más corto plazo, buscando motivaciones para el siguiente momento que viniese cruzado… ¡Algo que ya no volvió a pasar!

En China, aparte de hartarse de cemento en Shenzen y Guangzhou, pudo disfrutar de Guillin, un entorno de montañas donde no le habría extrañado ver aparecer a cualquiera de los personajes de los dibujos de Bola de Dragón.

Después cruzó a Vietnam, país que ya conocía de un viaje en sleeping bus y que no le apetecía nada recorrer en bicicleta. Hasta que descubrió que más allá de las típicas rutas de turismo hay un Vietnam auténtico, con gente simple y agradable. El lago Vien Bai, o la zona de Mai Chau, cambiaron su opinión sobre un país al que no recomendaba ir a un país al que está seguro de que volverá.

De ahí cruzó a Laos, donde en lo físico sufrió como nunca al cruzar el norte del país por el recorrido más exigente que ha hecho hasta ahora. Tanto es así, que en la bajada hacia Vientiang tuvo que parar varias veces por miedo a quedarse sin frenos, como muchos camiones que estaban en las cunetas.

Tras un merecido descanso en la capital, se acercó hasta la cueva de Kong Lor, el lugar más increíble que visitó en todo el país. Y como le gustó tanto, decidió explorar la zona y adentrarse entre pequeños pueblitos y caminos de tierra sin asfaltar. Y aunque no es una selva como la solemos imaginar, acabó durmiendo con un palo para defenderse de los animales imaginarios que le atacaban por las noches, que no eran otra cosa que vacas…

Pasó a Camboya, un país que no le atrajo en esta primera visita. Pero la experiencia de visitar Angkor Wat, y sobre todo de dormir en ese entorno privilegiado, mereció mucho la pena.

Cruzó a Tailandia, donde descubrió que los parques naturales en los que se imaginaba cara a cara con elefantes salvajes, se convierten los fines de semana en divertidos campings con parrillas, luces, decoración…

También conoció el lado más amable del país, y sobre todo la hospitalidad, la generosidad y tranquilidad de los templos budistas, que se convirtieron en su lugar preferido para pasar la noche y compartir con monjes de diferentes religiones su día a día y su visión del mundo.

En Myanmar cumplió dos de sus sueños desde que tenía conciencia de querer viajar: conocer el país y visitar el lugar de culto Golden Rock, un lugar mágico en su imaginación. Se enamoró de la sencillez, tranquilidad y felicidad que se transmite por todos los rincones.

Después de disfrutar de los atardeceres más increíbles y de tranquilidad de Myanmar, se encontró en Assam, Minipur y Tripura, tres territorios del noreste de la India que lo impactaron por salirse de su idea de cómo es la India. Aprendió que dentro de los países hay otros países, hay realidades culturales, económicas, religiosas o políticas muy diferentes entre sí.

De ahí pasó a la intensa, superpoblada y supercontaminada Bangladesh. Allí no estuvo solo en ningún momento, enseguida se veía rodeado por una cantidad de gente que solo iba en aumento…

Después vino Nepal, uno de los países donde más placer sintió al viajar y más a gusto se encontró. Allí pudo volver a disfrutar de acampar en solitario y de la compañía de las personas de los templos. Después de dormir en una tienda de campaña en medio de una reserva de tigres, cruzó a India de nuevo, esta vez con más problemas porque se empezaba a oír hablar de una pandemia.

Pero para él eso quedaba lejos. Tanto que disfrutó del mayor festival de la India, el Holy, en Rishikesh, entre miles de personas pintadas de vivos colores y con una energía y positividad que le dejó impactado.

Poco después, en Uttarakhand, la realidad le cayó como una losa y tuvo que volver de urgencia a Rishikesh, donde pasó el confinamiento entre incertidumbre, miedos, y ganas de volver a casa. Hasta que fue repatriado en un avión que en 18 horas le plantó en Madrid, terminando así el sueño del largo viaje que le llevaría a su casa en bicicleta.

Si algo ha aprendido en este viaje, que ha aprendido mucho, es que nunca se sabe qué es lo que va a suceder en un viaje. Y sobre todo, que a la vuelta nada está en su sitio, todo se ha movido. O quizás es el viajero el que se mueve. Quién sabe…

Asier es informático, viajero y fotógrafo (y no siempre en ese orden). Le gusta conocer culturas, gente, mercados, cocinas… y, sobre todo, vivir experiencias y aventuras. Vive en Ortuela y comenzó a viajar tal como lo hace hoy, en bicicleta, hace 12 años, con viajes cada vez un poco más lejanos. Los últimos años con dirección a Asia, aunque a veces ha cambiado de rumbo y continente. Con demasiado poco tiempo para viajar, y demasiados países y lugares por conocer, sigue viajando entre libros y referencias de otros viajeros.

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