Alba y Eneko eran pareja desde hace varios cuando decidieron dejarlo todo para cumplir su sueño de hacer un gran viaje y decidieron irse a África en busca de aventura. Compraron un viejo Toyota Runner y lo prepararon poniéndole una tienda de campaña en el techo, una batería extra para tener electricidad y una nevera. En junio de 2014 enviaron el coche en barco hasta Alejandría en Egipto, donde, entre el Ramadán, los retrasos burocráticos y las mordidas portuarias, tuvieron que esperar unas semanas a recibirlo. Se lo tomaron con calma y, mientras esperaban el coche, fueron al Mar Rojo.
Con el vehículo fueron hasta Asuán, en muchos tramos escoltados por la policía y sin ver muchos turistas a consecuencia de la primavera árabe. Volvieron a embarcar el coche para pasar a Sudán por el lago Nasser. Todas las pertenencias las tenían en el coche y tuvieron que quedarse 10 días anclados en Wadi Halfa, en la orilla sudanesa del lago nubio, mientras los locales fueron sus solícitos anfitriones.
Entraron en Etiopía. Condujeron entre montañas, llegaron a Lalibela, Adís Abeba, al valle del Omo con sus diferentes etnias y empezaron a ver los grandes mamíferos africanos. Atravesaron el desierto de Chalbi (Kenia) para llegar al remoto lago Turkana. El viaje mereció la pena y la sonrisa sincera de sus gentes fue la mejor recompensa. Se acercaron a varios parques nacionales, entre ellos Masai Mara y subieron al cráter de Longonot (2.776 m).
Cuando llevaban tres meses de andar a todo trote, en Tanzania optaron por la tranquilidad de la costa, donde acamparon de playa en playa. Estuvieron con la tribu de cazadores recolectores Hadzabe en el lago Eyasi. Bordearon el lago Malawi, donde hicieron snorkel y piragüismo. Les negaron la entrada en Mozambique, inmerso en esos días en elecciones presidenciales. Cruzaron el río Zambeze entre Zambia y Zimbabue. A la entrada del Parque Nacional de Mana Pools les persiguió una elefanta. Acamparon cerca de un río de cocodrilos e hipopótamos y una tormenta eléctrica les hizo pasar una noche dentro del coche. Visitaron las Cataratas Victoria e hicieron rafting en el Zambeze. Botsuana les pareció caro, pero no renunciaron a seguir los pasos de grandes exploradores como Livingstone y Chapman y cruzaron las salinas Makgadikgadi y el desierto del Kalahari.
Ya en la recta final del viaje llegaron a Namibia, poco habitada y salvaje. Fue su prueba final de autosuficiencia y vida nómada en África. Fueron hacia la frontera con Angola donde se les quedó el coche atascado en la arena, condujeron por carreteras inexistentes y lechos de ríos secos hasta llegar a la Costa de los Esqueletos y ver el Océano Atlántico. Por primera vez en el viaje estaban en la costa este, atravesando África de oeste a este. Spiztkoppe, las Dunas del Namib y el impresionante cañón del río Fish fueron sus paradas de camino al punto más austral del continente, el Cabo de Agulhas, en Sudáfrica. La costa salvaje y el oleaje bravo de Sudáfrica les recordaron a su costa natal y a los acantilados del Cantábrico. La expedición terminó en Ciudad del Cabo en enero de 2015.
El viaje les marcó y unió a partes iguales, tanto que ahora, ya casados y con un recién llegado a la familia, están ultimando los preparativos de su próximo gran viaje. Esta vez viajarán durante año con un bebe en la mochila.