Cansado de estar demasiado cómodo en Barcelona, Álvaro decidió enviar su moto a Chile y partir sin fecha de retorno. Como casi todos antes de un primer gran viaje de esta envergadura, empezó con mil miedos y paranoias, pero con la grata sensación del reto que suponía para él. En su cabeza se veía llegando a Alaska en un año. Muy pronto vio que esta previsión se quedaría cortísima. Ese primer año fue el tiempo que pasó tan solo en Sudamérica.
De estos primeros meses recuerda las noches tan mágicas como duras en el salar de Uyuni y en el Altiplano boliviano; la salmonela que sufrió en la Paz y que le regaló a un gran amigo; ese día que por fin volvió a subir a la moto en tierra firme tras tres semanas empalmando barcos por el Amazonas entre Brasil y Perú; las peleas con las aduanas colombianas que terminaron por hacer de la moto una fugitiva de la ley; esos bofetones de viento en las interminables rectas de la Patagonia; el día que un policía subido de paquete en su moto lo llevó a la comisaría detenido…
Viajó sin parar hasta el punto de llegar totalmente exhausto a la segunda etapa: Panamá. Lejos de querer dejar el viaje, decidió bajar el ritmo y tomarse Centroamérica como un lugar que inspira calma. Lo que antes eran paradas de unos pocos días ahora se convertían en paradas de una semana o un mes en algunos momentos.
Los ahorros también empezaban a escasear, por lo que empezó a buscarse la vida y descubrió que no se le daba tan mal un nuevo hobby que el viaje le había regalado: filmar videos y editar pequeñas películas.
Poco a poco el camino lo fue llevando a las puertas de Norteamérica al final del segundo año de viaje. Ahí se reunió con Helen, una muy buena amiga de Barcelona que venía de pasar por un tratamiento por cáncer de mama. Por uno de esos bonitos caprichos del destino, se convirtieron en pareja.
Viajaron juntos un año y medio, compartiendo infinidad de momentos mágicos y otros tantos muy difíciles, como el accidente en Utah en el que se estrellaron contra un ciervo a 85 km/h y salieron despedidos por los aires. Juntos llegaron a la meta del viaje: Alaska.
En esta parte del viaje, se buscaron la vida y pasaron ese año y medio sin pagar ni una noche de hotel y acampando en toda clase de sitios. Trabajaron durante dos temporadas en las granjas de marihuana de California, trabajaron de jardineros en Oregón, pintaron casas en Alaska, hicieron housesitting cuidando mascotas…
El viaje les ha dejado a los dos encarando profesiones estables. Helen es Life Coach y como tal se entrega con toda su pasión a llevar a sus clientes hasta sus objetivos. Álvaro se ha embarcado en una nueva profesión que ha descubierto en el viaje: videógrafo freelance. Siguen apostando fuerte por un valor que el viaje ha reforzado en ellos: la libertad de elegir el tipo de vida que queremos.