Lluisa y Carlos decidieron irse de viaje por América en 1989. En aquella época eran muy pocos los mochileros españoles que salían a recorrer el mundo. Un mundo sin internet, sin móviles, con poca información y mucho de aventura e incertidumbre sobre lo que podían encontrar.
Lluisa y Carlos tenían 30 y 40 años respectivamente cuando pidieron una excedencia. Ella era profesora; él, editor, y a pesar de no haber viajado demasiado hasta la fecha, pensaron que era el momento indicado para emprender su gran viaje.
Buscaron el billete de avión más barato y así volaron a Venezuela, a Caracas, una ciudad de la que no les gustó el clima de inseguridad que se respiraba. Visitaron la costa del Caribe y tras unos días allí emprendieron rumbo a Brasil. Recuerdan con especial cariño los diez días que estuvieron descendiendo el Amazonas. Siguieron por Paraguay hasta Argentina, en una época convulsa económicamente, con devaluaciones fuertes, que para ellos era algo positivo, no así para el resto de la población.
Viajar en 1989 no era tan complicado como puede parecer, pero no existían muchas de las facilidades que tenemos hoy en día. No había internet ni teléfonos móviles. Tampoco cámaras digitales, se trajeron las imágenes para el recuerdo en diapositivas. Mantenían el contacto con sus familias y amigos enviándoles cartas que tardaban dos semanas en llegar a su destino. La pareja, que estaba en movimiento, recibía las cartas de respuesta en las oficinas de American Express.
Precisamente esta tarjeta, la American Express, era su manera de obtener dinero. Lo recibían en dólares americanos que luego iban cambiando por moneda local a medida que lo necesitaban. Su principal fuente de información en su viaje fue la guía South American Handbook, que hoy guardan llena de notas y subrayados.
Tras llegar a Patagonia, donde disfrutaron solos del glaciar Perito Moreno o de la travesía por las Torres del Paine, emprendieron rumbo norte, atravesando todo Chile, Bolivia, Perú y Ecuador, donde recibieron la visita de la familia y visitaron las Islas Galápagos.
Más al norte, en Colombia, creyeron encontrar un lugar para quedarse: la isla de Providencia, junto a la isla San Andrés, donde incluso se plantearon comprar un terreno.
Tras cruzar a Panamá y recorrer Centroamérica llegaron a Guatemala, donde Carlos recibió una propuesta de reincorporación a su antiguo puesto de trabajo. Si aceptaba, debía ser de manera casi inmediata. Aceptó la propuesta y así, 14 meses después de haber salido, en las navidades de 1990 regresaron a casa a dar una enorme sorpresa a la familia.